Fue un beso de lo más común. Sus ojos estaban cerrados y lo único que sentí después de un rato fueron sus labios jugar con los míos. El sabor era dulce, como nunca lo había imaginado. Había esperado ese momento por años, tras haber pasado muchas tardes platicando de cosas sin sentido y del futuro, por fin: todo se resumía a ese momento. Ese pequeño instante en que el mundo gira tan rápido que sientes que vas a desaparecer. Era una sensación curiosa, a ratos húmeda, a ratos como de inconsciencia. Había demasiado que decir y lo mejor fue que no tuvimos que usar las palabras, porque ese beso lo expresaba por nosotros. No había más que decir, era el beso y ya. La mano en la cintura, la otra por el cabello, y yo sentía que me iba a desmayar de la emoción. Lo mejor fue cuando su mano tocó mi cara, ésa era una señal de comodidad y de confianza, quería decir que ya estaba tan acostumbrado a la forma de mi boca que le era fácil continuar. Y yo quería que lo hiciera, que continuara hasta el fin de los tiempos, que nos perdiéramos en ese minuto, que fuera infinito. Los ojos siempre cerrados, no estaba segura si él seguía ahí, sus labios me dirigían, yo me dejaba guiar, a fin de cuentas era lo que quería. Era algo que se estaba consumando y sólo él y yo lo sabíamos, nadie más tendría por qué enterarse. Mientras me besaba, pensaba cuánto duraría en realidad, pensaba si de verdad estaba sucediendo. El tiempo se iba tan rápido y yo no quería que terminara. Todo sucedía tan irreal que no me daba cuenta en dónde estaba parada, cuántos minutos habían pasado y no estaba segura si mi respiración aún era normal porque a cada momento que transcurría sentía que contenía el aliento como si quisiera retener ese beso en mi cuerpo, en mi memoria y en mi propia realidad. Ese beso contenido. Ese beso que era surrealismo puro. Ese beso que sólo necesita la unión de dos personas para existir. No podía pensar con claridad, prefería no pensar. A ratos no entendía lo que sucedía, a ratos lo comprendía y me dejaba llevar. Mi boca era suya y de nadie más. Él era dueño de mis labios y ya no lo podía detener. Y en la esencia de ese beso, sentía que él sonreía, yo sonreía, el calor fundía nuestras sonrisas en una sola. Yo sólo quería besarlo, mi único deseo era que mantuviera su boca junto a la mía, que me siguiera acariciando el cabello, que continuara con el movimiento de sus labios que ahora me era tan familiar. Me resultaba curioso que no terminara, me resultaba curioso que me besara. Y lo más curioso fue cuando desperté, entonces me di cuenta que jamás lo besé.
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