“Todas las travesías tienen un destino secreto
que el viajero desconoce”.
Martin Buber
I.
Una de las pocas cosas buenas que me dejó la prepa, que no sólo parecen buenas a la distancia sino que fueron francamente disfrutables en su momento, fue leer a Henry David Thoreau. Puede que suene muy ñoño, pero ya entonces su prosa generaba alquímicos suspiros en mi pecho que debía exhalar entre una página y otra y que de manera natural me llevaban a estados introspectivos, contemplativos y hasta pacíficos. Hay quien diría que Thoreau era mi prozac de elección, pero claro sin las nefastas consecuencias que dichos químicos dejan en las emociones; es decir, sin el embotamiento emocional. Al contrario, Thoreau siempre me dejaba con ganas de vivir; pero de vivir de verdad, de vivir como mi corazón secreta y culposamente ansiaba: alejado de la agenda social que crea zombies por montón al adoctrinar a las personas para que “estudien algo que deje dinero, sean serios, adquieran hipotecas, se casen con un buen partido, tengan hijitos -aunque no sepan ni por qué- y dejen esos sueños de libertad para cuando se retiren” sin preguntarles si eso es lo que realmente quieren o no.
Mi problema con este razonamiento es que ninguna de esas cosas me motivaba como para levantarme en la mañana. Me interesa más ser una persona feliz que una seria, viajar que anclarme, amar que asociarme por conveniencias y nunca he querido tener hijitos. Aun en ese estado de verde juventud mi intuición me decía que seguir ese camino sería un atentado contra mi individualidad y mi corazón tanto que si no me moría de un infarto o alguno de esos males contemporáneos que llenan los bolsillos de los psiquiatras para cuando me retirara ya no sabría ni a qué olía la libertad.
Sin embargo, como muchos podrán entender, tengo un cuerpo al que le da hambre, hay que poner en una cama, y una mente que también tiene hambre y hay que pagarle clases y una serie de cosas que no son imprescindibles pero que me gusta tener como agua caliente e internet así que yo también me he encontrado periódicamente persiguiendo la chuleta y preguntándome por qué no me siento entusiasmada en las mañanas. Y fue en una de esas temporadas que me encontré con un ensayo de Thoreau titulado “Walking”.
II.
Mientras pasaba las páginas de dicho texto y exhalaba hondos y sentidos suspiros podía sentir una pequeña rebelión cimbrarme célula por célula al tiempo que leía:
“Si estás listo para dejar a tu padre y a tu madre,
a tu hermano y a tu hermana y esposa e hijos y amigos
y no verlos nunca más- si has pagado tus deudas,
y hecho tu testamento
y arreglado tus asuntos
y eres un hombre libre- entonces estás listo para una caminata”.
Yo no lo sabía entonces pero esa sediciosa semilla germinaría, crecería y la mañana del 9 de enero del 2014 me mostraría su primera flor bajo la forma de una aventura que me llevaría a darle la vuelta al mundo de este a oeste, pasando por 12 países y experiencias inenarrables. Claro que para irme tendría que soltar las anclas y dejar ir cosas materiales justamente cuando la gente me rodeaba estaba haciendo lo contrario.
Sobra decir que nunca me arrepentí. Al contrario, sé que es la mejor decisión que pude haber tomado y no sólo eso sino que en el camino conocí muchos viajeros que dejaron casas, carros y carreras para recorrer el mundo y vivir de una mochila. En ellos vi reflejado el mismo gozo irredento que me gobernaba entre estaciones, autobuses, trenes y aeropuertos… el frenesí de abrir una pequeña puerta e ir más allá, un poco más allá… inundada, transformada y agradecida por las posibilidades y ese maravilloso aroma a libertad que puede llevarte a nuevos horizontes sin boleto de vuelta.
Paréntesis:
(“Ve y abre la puerta.
Quizás afuera haya un árbol,
un bosque, un jardín,
una ciudad mágica.
Ve y abre la puerta.
Quizás haya un perro hurgando.
Quizás veas una cara, o un ojo,
o la imagen de una imagen.
Ve y abre la puerta.
Si hay niebla,
se despejará.
Ve y abre la puerta.
Aunque no haya nada más
que el tictac de la noche,
aunque no haya nada más
que el sordo aire,
aunque no haya nada,
ve y abre la puerta.
Al menos hará viento”.
Miroslav Holub
No le tiren odio al amor;
sólo ábranle la puerta.)