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Filosofía Natural del Amor, de Sebastián Hiriart, me arruinó una cita

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(…aunque, ya hablando en serio, gracias, Sebastián Hiriart)

El director la describe como un ensayo cinematográfico basado en un libro de Remy de Gourmont. Tiene una sinopsis muy bonita, pueden consultar su versión original en los primeros párrafos de todos los sitios que le hicieron una reseña; si no fuera por mis prejuicios contra el género y el cine nacional hasta habría ido a verla voluntariamente.

La película es como un collage audiovisual, cuatro historias, de las cuales dos están padres; narradas entre escenas de insectos apareándose y viñetas con testimoniales de las parejas más aburridas del DF y el papá del director, Hugo Hiriart, que muy elocuentemente declamaba puras obviedades como si fueran netas universales.

¿Cómo hizo Sebastián Hiriart para arruinarme una cita? Todo comenzó como lo hacen los eventos más maravillosos de nuestro siglo: en Internet.

Ahora, soy un douchebag por platicar los detalles de un par de encuentros que tuve con una persona, pero no lo suficiente para revelar su nombre, así que, con fines narrativos, le daremos un seudónimo: tal vez “Natalie Portman”.

Entonces, conocí a Natalie Portman en Twitter. No tengo que platicarles el preámbulo, todo el mundo lo ha vivido: conoces a una persona atractiva aunque te convences de que eso es lo que meeeenos importa, reconoces con alivio gustos en común, un día te deshaces del cinismo, te pones ese sombrerito de papel que lleva escrito “optimista” con una bella caligrafía dorada y la invitas a salir.

Fuimos a un museo y luego por una cerveza y en algún momento del día compré la edición facsimilar de la revista S.NOB que publicó Aldvs. Me sentí muy orgulloso por mi compra, aunque me avergüenza un poco admitir que durante gran parte de ese día sólo pensaba en irme a casa a leer la revista.

Natalie se veía preciosa, sentada en una jardinera, fumando mientras leía las fotocopias de algún espeso libro sobre teoría de la narrativa como si fueran las tiras cómicas del periódico.

Spoiler alert: al final del relato todo sale mal, pero esa tarde fue maravillosa. Natalie Portman no sólo era muy guapa, también había leído muchos de mis libros favoritos y escuchar sus teorías conspiratorias sobre Breaking Bad era hilarante. Durante un momento me puse nervioso, no sabía de qué hablar, así que me le platiqué toda la basura intelectual que suelo tirar encima de mis amigos y conocidos cuando no sé qué decir. Ella no sólo asintió y dijo “claro” como hace la gente cuando quiere que deje de hablar, en lugar de eso comenzó a refutar con argumentos sólidos cada una de mis teorías, incluso algunas sobre temas en los que soy un maldito experto.

Cuando se acerca el final de la noche a algunos hombres les preocupa si tendrán acción, porque como género somos colectivamente unos cerdos. A mí me preocupaba que Natalie Portman fuera mucho más inteligente que yo. Por un momento creí estar enamorado.

Anyway, al día siguiente decidí que no tenía tiempo para buscar ese tipo de relación y decidí pasar todo el día leyendo mi S.NOB… excepto que no la tenía conmigo. Le mandé un mensaje a Natalie Portman para preguntarle si ella tenía mi revista y me dijo que sí.

“Te la doy cuando nos veamos”.

Por supuesto que íbamos a volver a vernos, ya me sentía como una mierda por mi plan original de no volver a escribirle. Cortar todo contacto, aún a pesar de que ella tenía mi revista de trescientos pesos, habría hecho un statement mucho más fuerte sobre mí que sobre ella; es un nivel de maldad y desapego que habría puesto incómodo a Hitler, y en cuanto a maldad Hitler tenía una mente muy abierta.

Por alguna razón no quería causar esa impresión en Natalie Portman, la misma Natalie Portman a la que conocía de un día y no planeaba ver de nuevo.

Esa semana fue un largo viaje didáctico por la carretera panorámica con vista a los profundos acantilados de mi propia vileza. Todos los días hablaba con Natalie Portman porque ella es una persona muy divertida, porque su plática era uno de los puntos altos de mi día y porque, a pesar de mi amplia experiencia en decepcionar a la gente que me importa, nunca aprendí cuándo parar.

El sábado ya habíamos quedado de vernos en la Cineteca para ver alguna de las películas del ciclo de cine nórdico, así que me sumergí hasta la cadera en el bote de basura y busqué durante horas hasta encontrar, entre cáscaras de plátano y cajas de cereal, mi sombrerito del optimismo, sucio, arrugado y con dos letras despintadas.

Lo gracioso es que para cuando llegué a la cita, antes de que el destino decidiera ponerme el pie, grabar mi caída, subir el video a Youtube y llamar a sus amigos, la ironía, el infortunio y Will Smith, para reírse de mí mientras comían nachos como si vieran el episodio más tonto de Mr. Bean; yo ya había decidido abandonar mi plan. Había decidido hacerle caso a los consejos de madrugada que postean las morras deprimidas en Twitter y “dejarme llevar”, “dejar que las cosas sucedieran solas”, etc.

Natalie se veía preciosa, sentada en una jardinera, fumando mientras leía las fotocopias de algún espeso libro sobre teoría de la narrativa como si fueran las tiras cómicas del periódico. Nos saludamos, platicamos y en algún momento se acabaron los boletos de la película que íbamos a ver. La siguiente función empezaba en cuatro horas y la única película disponible en ese momento era Filosofía Natural del Amor, de Sebastián Hiriart.

Filosofía Natural del Amor 1

No tuve ni un momento de duda, ni la oportunidad de decirme aunque fuera por unos minutos “bueno, en una de ésas la película está padre”. Entramos en el momento preciso en que dos brasileños platicaban en pantalla algún asunto relevante de su irrelevante relación, se miraban a los ojos entre risitas de complicidad y se besaban. Corte a insectos cogiendo.

Dos historias estaban buenas. Quisiera no comentar nada de las otras dos, pero no puedo dejar de lado la ligereza con la que una de ellas trata el tema del estupro.

Mi favorita fue la historia de dos ingleses que viajan a México en busca de una playa oculta para surfear. Los actores tenían el carisma de un empleado de Hacienda y la expresividad de un vaso de agua en un cuarto blanco sin ventanas, pero eso de hecho ayudaba al tono de la historia. La pareja reaccionaba a un bello atardecer o frente al peligro de muerte con menos emoción que ante a una notificación de Facebook, como la pareja de turistas más badass que ha pisado suelo nacional. Tal vez ése es el secreto de las películas de acción: malos actores.

En otra historia, un hombre y una mujer se encontraban en los pasillos de Ciudad Universitaria luego de diez años de no verse y platicaban sobre su tiempo juntos en la secundaria. La economía de recursos técnicos, el ritmo narrativo y la actuación de Gabino Rodríguez la convierten en una gran escena, fue probablemente la que más disfruté, a veces hasta pensaba “Quiten a los insectos cogiendo, ¿qué pasó con Irene y Vicente?”.

¡Claro, casi lo olvido! También está la historia del pedófilo.

Quizá soy yo y mi moral judeocristiana, o la influencia de catorce temporadas de La Ley y el Orden; el principal problema que tengo con este segmento es que no estoy taaaan acostumbrado a las historias donde el pedófilo y su víctima tienen un final feliz. Básicamente era un tipo de 36 años que conoce a una niña de secundaria, le invita unos mangos con chile e inicia así un bello romance. Cada vez que la película nos regalaba más actualizaciones sobre esta pareja, yo esperaba a cada corte de cámara la escena en la que el dude se llevaba a su novia al bosque para descuartizarla. Tal vez estoy siendo intolerante, tal vez son sólo estereotipos ofensivos que tenemos en contra de los pedófilos. Mi opinión sobre el estupro comenzaba a cambiar durante la escena final en la que el señor y la niña se besaban bajo el cielo arrebolado de un atardecer en el lago de Chapultepec. De pronto regresó el formato de los testimonios de pareja, pero esta vez eran el señor y la niña que todo este tiempo estaban actuando frente a la cámara los detalles reales de su real y tórrido romance. Perdón si no me pareció conmovedor, nunca fui muy fan de las comedias románticas.

Quizá la peor parte de la película eran los testimonios, todos de parejas de clase media, que son el peor tipo de pareja porque las personas de clase media somos el peor tipo de persona. Podíamos ver a varias duplas de gente aburrida narrarnos cómo los peores aspectos de la convivencia con otros seres humanos eran de hecho lo que hacía especial a su relación, pero en un formato que emulaba el morbo y el mal gusto de un reality. Claro que no era eso, estábamos viendo arte.

La experiencia era como ir a ver El Bebé de Rosemary junto a una mujer embarazada, o peor, junto a un bebé

El más divertido de todos era un dude que iba con su novia española, nunca olvidaré a esa mujer española. El entrevistador les hizo varias preguntas para generar fricción como “¿Qué te molesta de la otra persona?” y el dude, como todo un caballero, le respondió que nada. Su novia, sin embargo, era una maestra de la mente y la ilusión, y poco a poco comenzó a llamarlo dentro de su trampa; le dejó bien claro que estaba en un territorio neutral, que no se iba a enojar, que no había problema… hasta que él habló y entonces hubo un problema. Era como ver a un oso en patines tratando de apagar un incendio con una cubeta de carbón, cada cosa que él decía era la peor respuesta posible; en algún punto le dijo a su novia “lo que pasa es que eres española y todo el mundo sabe que las españolas son dominatrix” y cuando se encontró frente a la mirada atónita de su novia, en una situación en la que el resto del mundo se hubiera quedado callado, él decidió pensar fuera de la caja y decirle otras tres veces “sí, eres una dominatrix”. No voy a hacer un spoiler, si hay un momento de esta película que vale la pena ver es el momento en el que la novia se pone a llorar y el dude salva la situación como todo un campeón. Quiero estrechar la mano de ese hombre.

La pareja se abrazó y de pronto la reacción del público me resultó agobiante. Había pasado por lo menos una hora viendo la danza pasivo-agresiva de los enamorados en la sala: los tiernos manotazos en el hombro de las novias, las risas de empatía frente a los comentarios sexistas de los novios… sin saberlo, mucha gente había ido a esa función por armas de manipulación para reforzar los frágiles andamios que sostenían sus relaciones.

Cuando Natalie Portman trató de tomar mi mano en la oscuridad del cine, salté. Literalmente salté del miedo. La experiencia era como ir a ver El Bebé de Rosemary junto a una mujer embarazada, o peor, junto a un bebé; excepto que Satanás no existe, pero la perspectiva de una relación disfuncional y la resignación frente a la miseria cotidiana como único parámetro de la felicidad, sí.

Salí del cine en silencio. Natalie hizo un chiste muy gracioso, pero no reí. Ella hablaba a lo lejos mientras yo revivía en mi cabeza lo que había vivido en la última hora, como el único testigo de un horrible homicidio. Cuando sacó mi revista de su bolsa y me la entregó, ya no significaba nada.

¿Es eso todo lo que hay? Por lo que había aprendido del pedófilo y la niña de secundaria, el secreto para una relación exitosa era perder el tiempo juntos y ser horribles unos con otros y actuar como si no importara; ¡pero sí importa, maldita sea! La vida es pinche corta y cada día se va más rápido que el anterior. Nunca había prestado atención pero de pronto me llenaba de terror ver a los hombres de mirada muerta andar arrastrados suavemente de la mano por sus novias en los centros comerciales.

Fui a comer con Natalie porque no soy un animal y vivimos en una sociedad. La acompañé a su casa, me despedí rápidamente en su puerta y en cuanto me perdió de vista corrí en la dirección opuesta con rumbo a la ruta más rápida entre ese pozo de incertidumbre y mi casa, donde tengo mis libros y mi computadora y mis pendientes y cosas que hacer.

Al menos recuperé mi revista.


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